miércoles, 20 de noviembre de 2013

Para leer la Historia de la Pobreza (siglo XIX)

Siglo XIX 

Para leer la historia de la pobreza


Por Bernardo López Ríos *


* Católico, Apostólico y Romano, fiel a las enseñanzas de Su Santidad el Papa Francisco, de Su Santidad Benedicto XVI, Papa Emérito, del Concilio Vaticano II y del Magisterio de la Iglesia Católica


El hombre es un pobre que precisa pedir todo de Dios

Saint Jean-Marie Vianney, Cura de Ars


La felicidad del hombre no requiere abundancia de bienes; una medianía le basta

Imitación de Cristo, Beato Tomás de Kempis


Preámbulo

Los pobres, en cuanto tales, habían sido los grandes olvidados de la historia. Sin embargo, desde su origen, la Iglesia ha acogido a los pobres y a la pobreza como cuestiones permanentes que la interpelan sin cesar. 

Pero ya hace algunos decenios que los historiadores han mostrado su predilección por el mundo de los olvidados. Los ausentes de la historia se han visto invitados a entrar en ella: emigrantes, desarraigados, esclavos, cautivos, víctimas del hambre y de la miseria...

El servicio a los pobres y la búsqueda de la pobreza, indisociablemente unidos entre sí, forman la trama y la cadena de una inmensa tarea llevada a cabo por Paul Christophe, profesor en el Instituto Católico de Lille y en el Seminario de San Sulpicio, quien ha pretendido trazar unas perspectivas, señalar unos conjuntos y subrayar las evoluciones en la actitud de la Iglesia ante la pobreza, en su obra Pare leer la historia de la pobreza (del siglo I al siglo XX), de la cual presentamos la siguiente reseña que abarca la mayor parte del siglo XIX.

La primera dificultad de los historiadores ha sido la de definir qué es un pobre, ya que el contenido de esta palabra ha ido variando considerablemente a lo largo de las épocas. Michel Mollat ha dado para la Edad Media una definición que puede ser considerada con validez para todas las épocas:

El pobre es el que, de forma permanente o temporal, se encuentra en una situación de debilidad, de dependencia, de humillación, caracterizada por la privación de medios, variables según las épocas y las sociedades, de poder y de consideración social: dinero, relaciones, influencia, poder, ciencia, calificación técnica, nacimiento honorable, vigor físico, capacidad intelectual, libertad y dignidad personal. 

Viviendo al filo de cada día, no tiene ninguna oportunidad de elevarse sin la ayuda de otro. Esta definición puede incluir a todos los frustrados, a todos los marginados, a todos los abandonados, a todos los preteridos por la sociedad; no es específica de ninguna época, de ninguna región, de ningún ambiente. Tampoco excluye a los que, por ideal ascético o místico, quisieron desprenderse del mundo o que, por abnegación, escogieron ser pobres entre los pobres.

 

La Iglesia y la cuestión social


La cuestión social es la terrible pugna suscitada desde el siglo pasado entre los obreros productores del trabajo y los patrones dueños del capital.

Esta lucha se debe a que el dinero vino a quedar en manos de unos pocos ricos mientras que la enorme mayoría de la clase obrera se vio duramente oprimida y sin defensa.

La Revolución Francesa contribuyó a que se presentara ese estado de opresión para el obrero, porque condenó y abolió las instituciones que desde la Edad Media existían a favor de los obreros, sin reemplazarlas por otras.

A los obreros se les desconoció el derecho de asociarse, quedando sin defensa ante la ambición de los patrones. Por otra parte, la invención de las máquinas trajo a los obreros las siguientes desventajas:

a) El total predominio de los ricos, porque sólo ellos pudieron proveerse de máquinas y los obreros pobres se vieron obligados a cerrar sus talleres y a trabajar para los ricos, por el salario que estos quisieron ofrecerles.

b) La superproducción: las máquinas produjeron muchos más artículos de los que podían venderse. En consecuencia, los artículos bajaron de precio y vino una dura competencia entre los patrones, quienes se esmeraron en producir los artículos al menor precio posible.

Para ello aumentaron las horas de trabajo diario, en muchos casos hasta dieciséis, y disminuyeron los salarios. A esto se añadió el paro forzoso, porque muchos patrones no resistieron la competencia y se vieron precisados a cerrar las fábricas.

c) Una tercera desventaja fue la terrible desmoralización de los
hogares. Antes de la invención  de las máquinas, el obrero trabajaba en su casa, era dueño de sus productos y con su trabajo podía atender cómodamente al sostenimiento del hogar.

Después, el obrero tuvo que salir a trabajar fuera de su casa y ya no fue dueño de sus productos. Para ganar el sustento diario tuvo que permitir que su esposa y sus hijos fueran a trabajar a las fábricas. 

En éstas, el trabajo se realizaba sin tener en cuenta las condiciones de aire, luz y descanso indispensables para la salud del obrero, ni las necesarias condiciones para defender su moralidad.

El resultado fue que la salud, la moralidad y la dignidad humana del obrero fue ron decayendo cada vez más, llegando a una situación muy lamentable.

Los escritores que prepararon la Revolución Francesa provocaron un ambiente general de impiedad, que contribuyó a hacer más fuertes las dificultades entre obreros y patrones. Estos miraron a los obreros como simples máquinas capaces de dar rendimiento y únicamente atendieron a las ganancias.

En la Cuestión Social, la Iglesia ha tomado su posición:

ella ofrece su Doctrina Social sobre la condición y el trabajo del obrero, lo cual es una garantía para sus legítimas reivindicaciones. 


Ella, que desde sus principios se ocupó de la suerte de los humildes y desvalidos, ha querido continuar su tradición. No faltaron largas discusiones durante el periodo de la evolución de esta doctrina, pero quedaron resueltas, cuando habló S.S. León XIII.

Vamos a ocuparnos de ese periodo, que podría llamarse preparatorio.

La revolución francesa vio el enfrentamiento de las dos tesis: por un lado, la miseria de los pueblos es un problema de responsabilidad del gobierno; por otro, la pobreza es una sanción que recae sobre la falta de previsión del pobre, agente de su propia desgracia.

El comité de mendicidad, reunido el 2 de febrero de 1790 al 25 de septiembre de 1791 en torno al duque de la Rochefoucauld-Liancourt, juzgaba que todo hombre tiene derecho a la subsistencia y exigía la creación de un sistema nacional de asistencia: asignación de un plus para las familias con más de cuatro hijos, comadronas pagadas por el estado, etc. 

Bajo el Directorio se imponen las teorías liberales: todo hombre es responsable de su condición. A cada uno le corresponde prever y ahorrar. La pobreza es la sanción de la imprevisión y del alcoholismo de las masas trabajadoras.

En el contexto de un cambio radical de la sociedad económica, el obrero se encuentra por tanto abandonado a sus propias fuerzas. La revolución industrial ha comenzado ya en Gran Bretaña, desde el siglo XVIII, desarrollando más aún el pauperismo. Prosigue en el siglo XIX en Francia y en Alemania, para ir avanzando luego por toda Europa.

Las nuevas fuentes de energía, el empleo de las máquinas, la proliferación de las técnicas, la concentración de la producción hacen que se multipliquen los obreros de la industria que constituyen un proletariado, víctima de la economía liberal. La indigencia progresa al ritmo de la industrialización. 

Pero el obrero de las fábricas sigue pareciéndose a los pobres de siempre. Durante todo el siglo XIX, en los países industriales, “pobre” y “obrero” son palabras prácticamente sinónimas, tanto en Víctor Hugo como en la encíclica “Rerum novarum”.

La condición obrera


La Francia de la Restauración sigue siendo un país agrícola. De los 29 millones de habitantes, hay 21 millones que siguen viviendo de la agricultura, que ocupará todavía a la mayor parte de los brazos hasta comienzos de la gran guerra.

Sin embargo, tras la fachada de una Francia rural y tradicional se pone en marcha un proceso que degrada la condición de los trabajadores de la industria. El bloqueo continental había protegido de manera artificial a la economía contra la competencia inglesa y había permitido la elevación de los salarios. 

Por el contrario, a partir de 1814 viene la baja de los productos industriales, que arrastra consigo la caída de los salarios en las profesiones mecanizadas, como la textil y la metalúrgica...

La población francesa alcanzó en 1851 los 36 millones de habitantes, y la gran industria atrajo a los elementos desarraigados del campo, cuyo vestido, la blusa, se convirtió en el símbolo de la condición obrera.

Mientras bajan los salarios, se registra un alza de precios en los productos agrícolas. Entre 1820 y 1840 se dobla el costo de la vida. El poder adquisitivo de los obreros se viene abajo.

Al mismo tiempo se prolonga la jornada laboral, ya que la iluminación con gas permite continuar de noche el trabajo. Y el empresario se esfuerza en rentabilizar la máquina de vapor mediante un uso ininterrumpido. 

El obrero se ve obligado a aceptar un trabajo más largo para limitar la baja de su salario... es manifiesto que incluso un trabajo regular no asegura el mínimo vital a la mayoría.

El desarrollo del maquinismo permite la contratación de mujeres y de niños, y ensombrece la suerte del obrero, ya que el desempleo de los hombres y la posibilidad de reducir sus salarios han aumentado considerablemente.

En 1814, por un trabajo igual, el salario de la mujer representa la cuarta parte del salario del varón; la tercera parte, a partir de 1825. El trabajo de los niños aumenta bajo la monarquía de julio. En los almacenes, en las tiendas y en los mercados se encuentran niños de 4 a 6 años. 

A los 8 años forman parte del personal de la fábrica. A los 10, bajan a la mina. Mala salud, mortalidad precoz, malformaciones, promiscuidad en los chamizos, prostitución para encontrar un complemento salarial: tal es el cortejo de la miseria que acompaña habitualmente a la familia obrera.

No hay solución posible. La restauración ha recogido en bloque toda la obra social de la Revolución y del Imperio. La asamblea Constituyente, por la ley d’Allarde que suprimía las corporacioners, y por la ley Le Chapelier que prohibía cualquier forma nueva de coalición, había asegurado el triunfo del individualismo liberal. 

La “libertad de trabajo” se ha convertido en un principio sacrosanto. Prohíbe toda legislación social. El prefecto, que toma la iniciativa de fijar un salario mínimo, se ve desde luego desautorizado por el propio gobierno.

Las obras de asistencia


Las congregaciones se han multiplicado y han tomado el relevo de las obras de misericordia. Claude Langlois ha llegado a contar casi 200,000 mujeres que, en 80 años, se orientaron hacia los noviciados de las congregaciones dedicadas resueltamente al servicio de la sociedad...

Estas hermanas, al mismo tiempo que a la llamada de Dios, han respondido al de la sociedad que las solicitaba para los hospitales y hospicios, para las instituciones de “reclusión” (enfermos mentales, orfelinatos, delincuentes, prostitutas) y para la alfabetización de las niñas.

La renovación del catolicismo francés se manifiesta esplendorosamente después de la crisis del siglo XVIII y de la Revolución, mediante una verdadera floración de congregaciones con vocación social... De 1820 a 1880, se crean unas 20 congregaciones para el servicio de los enfermos a domicilio.

La Hermana de la caridad, experta y abnegada, representa el tipo mismo de la religiosa útil a la sociedad. Algunos nombres han pasado a la historia: 

sor Rosalía trabaja en París en el barrio Saint-Marcel; Jeanne Jugan, antigua criada, terciaria eudista, se dedica a recoger a los ancianos de Saint-Servan, cuando a los 47 años se echa a la calle para pedir por ellos limosna, se convierte en modelo de las hermanas “busca-pan” y funda la congregación de Hermanitas de los pobres, que, al morir ella, en 1879, contaba ya con 177 casas en Europa y en América; y otras muchas: 

Emile de Rodat, la maestra de los pobres; Jeanne-Antide Thouret, consagrada al servicio de los enfermos y de los pobres...

Esta multitud de empresas caritativas contribuye a movilizar todo un dinamismo eclesial al servicio de una visión antigua de las relaciones sociales. Las congregaciones ilustran la manera como la Iglesia Católica intenta seguir aplicando la ley de la caridad.

Los Obispos denuncian la explotación

La atención de los Obispos se vio primero atraída por las nuevas condiciones de trabajo de los niños. 

Tradicionalmente, los muchachos desempeñaban tareas agrícolas – guardar el ganado, secar el heno, espigar – adecuadas normalmente a su edad y a su capacidad física. 

Pero la revolución industrial empezó a emplear cada vez más a los niños para trabajos con horarios desmesurados...

En esta carrera por las ganancias, no hay ninguna ley que prohíba a los fabricantes sustituir a los adultos por niños para obtener así, como ellos mismos reconocen, “una economía notoria, en virtud de la inferioridad de salario exigido por los niños para trabajos que exigen menos fuerza que habilidad”.

Los industriales de Mulhouse son los primeros en pensar que se impone una reglamentación. La iglesia reformada de Estrasburgo los apoya en 1932. 

El Arzobispo de Rouen comprueba también en su diócesis la dura condición de los obreros de la industria textil... En su exhortación cuaresmal de 1838, Monseñor de Croÿ-Solre apoya a los que reclaman la intervención del Estado para proteger a los niños y denuncia el trabajo opresivo que se les impone. 

“La Presse” de Girardin hace el elogio de esta exhortación pastoral, y Montalembret, en marzo de 1840, alude a ella ante la Cámara de París.

En marzo de 1841 se vota finalmente la ley que prohíbe el trabajo a los niños menores de 8 años; limita a 8 horas la jornada laboral de los niños entre 8 y 12 años, y a 12 horas la de los niños de 12 a 16 años. 

Al evocar esta ley, tan modesta y que sólo se aplicaba a las fábricas con más de 20 obreros, Monseñor Belmas, Obispo de Cambrai, se inspiraba en Monseñor de Croÿ para constatar con tristeza: “Ha sido necesaria una ley para obligar a los hombres a ser humanos”

Durante el decenio 1837-1847 se elevan varias voces de Obispos para protestar contra un trabajo que se ha hecho inhumano. La mayoría de estas intervenciones tienen la finalidad de recordar ante todo la santificación del domingo. 

Pero hay que reconocer que los Obispos habían tomado conciencia de la cuestión obrera. Denuncian con un lenguaje vigoroso la explotación de los obreros. 

Condenan la forma como se les trata y que es un atentado permanente, no sólo contra su conciencia religiosa, sino también contra su salud, contra su inteligencia, contra su dignidad... también exigen un salario más elevado. 

Opinan que el trabajo de 6 días debería permitir a la familia obrera vivir toda la semana y mejorar sus condiciones de vida.

Sus exhortaciones cuaresmales, leídas en todas las parroquias de las diócesis, no podían pasar inadvertidas. Chocan con las ideas recibidas y rompen con el lenguaje de los economistas y de los altos funcionarios. 

El vigor de algunas protestas hacía prever que los Obispos de Francia, en nombre de la dignidad del hombre, se pondrían decididamente del lado de los obreros. Algunos industriales – Mimerel de Roubaix – les piden que no se metan donde nadie los llama...

En París, Monseñor Affre denuncia con vigor el sistema de la economía liberal que subordina el interés de los obreros al beneficio de unos cuantos privilegiados, que acaba “haciendo de la inmensa mayoría de los hombres un vil instrumento, destinado a acumular la riqueza en unas pocas manos privilegiadas”.

El ascenso del catolicismo social


Las intervenciones de los Obispos animan a hablar a los sacerdotes... Otros hacen eco a los acentos de los Padres de la Iglesia y retoman la doctrina medieval sobre los derechos del pobre...

Ya dominico, Lacordaire llega a reclamar una legislación laboral y la asociación obrera... Se opone con energía a los que creen providencial una desigualdad social que conduce a la miseria de unos frente a los otros... “Es preciso a toda costa que el hombre, que el pueblo de Dios trabaje para que desaparezca la miseria”.

Muchos laicos estaban convencidos de ello. Mientras era estudiante en París, Federico Ozanam tuvo que enfrentarse con una cuestión embarazosa que le planteaban los no creyentes: “¿Dónde está ahora la obra social de la Iglesia?”.

Acepta las ideas de su amigo Le Taillandier: es insuficiente una acción puramente intelectual. Decide entonces ir a los pobres, para que la verdad del Catolicismo se manifieste en sus obras. Sor Rosalía les da a los estudiantes la dirección de algunas familias necesitadas. Los jóvenes les ayudan con sus ahorros. Tal es el origen de la primera Conferencia de San Vicente de Paúl. La obra se desarrolla y muestra la vitalidad del Cristianismo.

Lanzada por unos jóvenes estudiantes, abre el camino al apostolado de los laicos. Al servicio de los pobres, pretende no solamente ofrecerles un socorro inmediato. Puede hacer que los jóvenes burgueses tomen conciencia de la realidad de la miseria; una vez adultos, responsables de la sociedad, buscarán los remedios adecuados para combatir el pauperismo...

Laicos como éstos, a los que habría que añadir los nombres de Villenueve-Bargemont, de Louis Rousseau y otros muchos, contribuyeron por otra parte personalmente, junto a Lamennais, a despertar la atención de los Obispos por la cuestión obrera.

Los católicos sociales, en vísperas de la revolución de 1848, sólo representan aún una débil minoría. Pero se ha realizado un fenómeno importante. La condición obrera se presenta como una realidad nueva que merece atención y protección.

Más aún, toda la corriente humanitaria animada por los católicos y sus obras contrasta fuertemente con la inercia del gobierno. Algunos adversarios del individualismo liberal piensan, por consiguiente, que pueden contar con la Iglesia para remediar la crisis social. 

Los sociólogos cristianos

Francisco Pallas-Vilaltella señala que en 1834 Villeneuve—Bargemont publicó un trabajo en defensa de las ideas socialcristianas, bajo el título de “Economie Politique Chrétienne”.

Comprendió perfectamente los principios de la economía liberal en el estudio de las teorías de Adam Smith y J.B. Say. Por otra par. te, los escritos y las ideas avanzadas de Sismondi ejercieron sobre él una gran influencia.

Impresionado por los excesos del liberalismo y los del socialismo, descubiertos en estos escritos, Vjlleneuve se convenció de que entre estos dos extremos había sitio para una economía cristiana. Vjlleneuve era contrario a la escuela manchesteriana (Smith).

Llamado por Luis XVIII a la administración de uno de los departamentos del Mediodía de Francia, y habiendo pasado por diversas Prefecturas del Reino, aprovechó la oportunidad para estudiar la miseria de las clases desheredadas. Ante la situación precaria de los obreros tanto en Inglaterra como en Francia, decía:

“El sistema inglés descansa sobre la concentración de los capitales, del comercio, de las tierras, de la industria; sobre la producción indefinida, sobre la competencia universal; sobre la substitución del trabajo humano por las máquinas, sobre la reducción de los salarios; sobre la excitación perpetua de las necesidades físicas; sobre la degradación moral del hombre.

“Hagamos nosotros, por el contrario, el sistema francés, sobre una justa y sabia distribución de los productos de la industria, sobre la remuneración justa del trabajo, sobre el desarrollo de la agricultura, sobre una industria aplicada a los productos de la tierra, sobre la regeneración religiosa del hombre, y, en fin, sobre el gran principio de la caridad”.

Cuando habla de los asalariados, sus ideas son las mismas que cincuenta años más tarde defenderán los sociólogos cristianos. 

Proclama  la intervención del Estado para asegurar el trabajo y la justicia del salario, y se niega a considerar al trabajador como si fuera una máquina destinada a funcionar hasta el máximo de producción con el mínimo de gasto. 

Según Villeneuve, el salario, para ser justo, debe procurar al obrero según las exigencias y las costumbres del país que habita:

1º De qué vivir convenientemente, es decir, comida sana, vestidos sólidos y limpios, habitación aireada y que lo ponga al abrigo de los rigores de la estación.

2º El medio de mantener y hacer subsistir a su familia, que se considera compuesta de mujer, y de dos hijos menores de catorce años.

3º De qué sostener a los padres ancianos y enfermos.

4º De qué hacer algunos ahorros para los días de descanso y de enfermedad, y, en fin, para la vejez.

Cuando el salario no reúne estas condiciones, pide francamente la intervención del Estado:

“Nosotros manifestamos la convicción profunda de que la sociedad tiene el derecho, y aun el deber, de garantizar la existencia de los obreros que la actual organizaci6n de la industria deja a la disposición casi despótica de los empresarios”.

El reclama igualmente esa intervención para constreñir a los directores  de las fábricas que reúnan más de cincuenta obreros, a las obligaciones siguientes:

1º Tener los talleres en perfecto estado de higiene, y, a dicho objeto, a someterse a la inspección y visita de los agentes de la autoridad.

2º Establecer en sus fábricas escuelas para los obreros adultos.
3º No recibir en los talleres a ningún obrero menor de catorce años de edad, y que no hubiese sido reconocido, previamente, capaz de ejecutar los trabajos de la fábrica sin peligro para su salud y el desarrollo de su constitución física.

4º No recibir en sus fábricas a ningún obrero que no sepa leer, escribir y calcular.

5º Separar constantemente  los dos sexos, y dar suficientes garantías del respeto debido a la religión y a las buenas costumbres.

6º  Crear cajas de ahorro y de previsión para los obreros, en las cuales sería depositada, con beneficio progresivo,  la parte del salario que excediera las necesidades del obrero y de su familia.

Por fin, Villeneuve quiere .que la Iglesia intervenga para establecer una colaboraci6n más estrecha entre la moral y la economía política, y para formular los principios sociales del Cristianismo en la vida económica de los pueblos.

En 1848, Veuillot y Dupanloup se unieron a Lacordaire y Montalembert, quienes defendieron el orden social cristiano desde las páginas de“L’Avenir” y de “L’Univers”. 


Ellos entreveían el advenimiento de la justicia social, aceptaban la reivindicación del derecho de asociación para los obreros, de entenderse, de resistir en bloque a las exigencias capitalistas.

Y la corporación era ya reclamada como la reforma fundamental de una sociedad donde no había más que el individuo y el Estado, es decir, la anarquía y el despotismo.

Los mismos socialistas tenían cierta fe espiritualista, por ejemplo, Chevé, publicará su libro titulado “Le Regne du Christ.

En otros escritos se podían encontrar también ex - presiones como ‘Le Christ Socialiste’,etc. Los diversos reformadores actuaban bajo la influencia más o menos vaga, pero real, del Evangelio.

Seguramente escribía al respecto Donoso Cortés en su famosa obra “Ensayo sobre el Catolicismo, Liberalismo y Socialismo” que:

“de la revolución de 1830 brotó la doctrina sansimoniana, cuyas extravagancias místicas componían no se qué Evangelio corregido y depurado. De la revolución de 1848 brotaron con ímpetu en copioso raudal, expresadas con palabras evangélicas, todas las doctrinas socialistas”.

Unidos en febrero, la burguesía y el pueblo chocaron en junio de 1848, en una lucha sin tregua. Monseñor Affre, que se presentó como mediador en la entrada al barrio de Saint-Antoine, fue mortalmente herido por un tirador aislado. 

La asamblea constituyente escogió la represión. Los conservadores eran los más numerosos y los clamores de los católicos sociales no fueron escuchados.

Sin embargo, bajo la dirección de Maret, “L’ere nouvelle” precisó su programa social. Pidió la sustitución del principio de libre concurrencia por el de asociación. 

Reclamó la abolición de los artículos del código penal que sancionaban a las coaliciones obreras, y el establecimiento de comisiones mixtas patronos-obreros para discutir los salarios, la duración del trabajo, etc.

Ozanam dirigió esta advertencia a las “gentes de bien”: “Habéis vencido el motín. No habéis vencido a la miseria”. 

La actitud de los católicos se dejaba sentir sobre la clase obrera. 


La concepción cristiana penetró de tal manera que, a pesar de los obstáculos hallados en su camino, los trabajadores pudieron hacer triunfar en 1864, la asociación como coalición momentánea y, en 1884, vieron como quedaba restablecido definitivamente el derecho de asociación, que facilitaba la unión y colaboración de las clases.

Pero los sociólogos cristianos no se contentaron con trabajar en el desenvolvimiento de la idea o principio de asociación; ellos preconizaron igualmente en esta época (1848) la participación en los beneficios, para dar a los obreros una sólida posición social.

Lamartine representa también un fuerte avance desde el punto de vista social. El estima que la economía política no puede considerarse independientemente del Cristianismo. Proclama tres reformas en favor de la clase obrera:

1º Una ley orgánica de asistencia.
2º Una tasa en favor de los pobres.
3º Un Ministerio de las instituciones Fraternales.

P.J.B. Buchez, en su “Introduction a la Science de L’Histoire” (1844), considera al trabajo como una función social mas que como un fin personal. En su obra se refiere a las clases desheredadas de la sociedad.

“Los asalariados, escribe, se hallan por completo a su disposición (de los jefes de industria) en cuanto a la tasa del salario y en cuanto a las obligaciones que se les imponen; les está entredicho el coaligarse en defensa propia, y, con frecuencia, allá mismo donde la ley podría protegerlos, se ven obligados por el hambre a rechazar su ayuda” y continúa:

“por la misma razón que obliga a los obreros a someterse a cualesquiera disminuciones del salario, tampoco pueden estos rehusar ninguna condición de trabajo...

En la clase de los asalariados, los niños trabajan desde que tienen fuerza para sostenerse... esos pequeños desgraciados comen más aún de lo que ganan”.

Buchez propugnó por la restauración de las asociaciones obreras de producción, destinadas a reemplazar el salario y a permitir que los obreros puedan llegar a ser empresarios.

En ese período eran numerosas las personalidades del Catolicismo que se ocupaban en divulgar las ideas social cristianas.

Su órgano fue “L‘Avenir”; Lamennais, Montalembert, Lacordaire, Veuillot, De Coux, economista quien empieza a hablar sobre la plusvalía antes que Marx, etc.; encontraron el medio para divulgar su pensamiento entre sus conciudadanos. Charles de Coux desarrolla en L’Avenir todo un programa de reformas.

 Los colaboradores de ese diario lucharon por el mejoramiento de la clase obrera. Ellos denunciaron las injusticias de que era objeto, y, considerando la cuestión social unida íntimamente a la cuestión política, protestaron contra los privilegios de la burguesía que se apoderaba de las Asambleas Legislativas para su propio bien y provecho.

Para ellos la conquista quista del sufragio era un elemento indispensable para toda reforma social. 

Por medio del sufragio podría hacer oír su voz el obrero que hasta entonces había vivido en la impotencia a causa del aislamiento. Pedían igualmente una disminución en las horas de trabajo.

En un artículo titulado “Les Mécaniques source de la dégradation populaire” se hizo una descripción muy realista del obrero con un trabajo de quince a diecisiete horas diarias, y percibiendo un salario tanto más miserable cuanto era mayor la cuantía de la riqueza que producía, y el órgano católico reclamaba, en favor de los obreros, una jornada de doce horas como máximo. (L’Avenir, 30 de Junio de 1831).

Lamennais deseaba edificar una sociedad sobre los principios de la Iglesia. En 1834, en las “Paroles d’un Croyent”, luego, bajo el título de “L’ Esclave Moderne”, representa al proletario como dependiente del capital, pues el capitalista puede esperar, mientras que al obrero no le es posible, y dueño desde luego el primero de las condiciones del contrato recíproco, Lija él sólo en realidad el salario, salvo el caso de competencia entre los capitalistas.

“Proletarios—decía—, hombres del pueblo, uníos, pues, para conquistar primeramente el complemento de vuestros derechos personales, el derecho político que se os niega...

“Participando a la confección de la ley, no se legislará exclusivamente en favor de un pequeño número, con detrimento de todos los demás. Pero no olvidéis que el derecho inerte y muerto, separado del deber, no será otra cosa que una idea estéril, y no encarnará jamás en el orden social”.

Montalembert, ocupado en la defensa de la Iglesia y de la libertad, no descuidó las cuestiones económicas que apasionaban a su época. 


Tampoco quedó al margen de las cuestiones obreras, pues en 1841, tomó parte muy activa en la discusión de la ley sobre el trabajo de los niños, cuya reivindicación reclamaba, y vindicaba también la obligación del descanso dominical.

Víctor Bucaille se refiere a Montalembert diciendo que este ofrecía soluciones cristianas a la sociedad en peligro. ”Su llamada se adelantó a las iniciativas, y a no tardar, respondieron otras voces venidas de diferentes puntos del horizonte:

En Alemania fue Kettler, Vogelsang en Austria, Balmes en España, Decurtins en Suiza, Toniolo en Italia. Precursor del Catolicismo social, aunque sin haber adivinado toda la amplitud del movimiento, Montalembert fue uno de los primeros, en el siglo XIX, en recordar que sólo la Iglesia contaba con los medios eficaces y duraderos”.

Luis Veuillot tomó parte muy activa en la defensa de los intereses espirituales del pueblo y se levantó contra las clases acomodadas de la sociedad, reprochándoles su indiferencia en presencia de los ataques contra la moral cristiana.

Enemigo del liberalismo económico y político, Veuillot consideraba la antigua organización del trabajo en Francia como la garantía eficaz del bienestar de las clases populares y pedía enérgicamente que e volviera a la misma; pero proponiendo que esta organización fuera propietaria, y viniese obligada por la ley a poseer parte en fondos mobiliarios, parte en renta, por lo menos lo suficiente para las exigencias de un establecimiento hospitalario.

Para Veuillot (1813-1883), el problema del tiempo presente no tiene nada de nuevo, y, al igual que todos los problemas sociales de todos los tiempos, queda planteado en estos términos: o Cristo y su única Iglesia, o la muerte.

Se esfuerza en establecer un orden social bajo el signo del Cristianismo; fue redactor jefe de “L’Universe Religieux” y con intensas campañas de prensa a— tacó a la burguesía acomodaticia y liberal. Autor de: “Rome et Lorette (1841), “Le Pape et la diplomatie”(1861), “Le parfum de Rome (1865), etc.

Federico Le Play (1806-1882), ingeniero y economista; después de sus estudios en la Escuela Politécnica y en la Escuela de Minas, se dedicó al estudio de las costumbres y consagró seis meses al año desde 1830 a 1853 a viajes de observación, de carácter social.

Se interesó en las instituciones y costumbres de los pueblos, publicando el resultado de sus trabajos. Comprobó que donde estaba en práctica el Decálogo había paz social, y que el desorden, la anarquía política y social imperaban donde la religión no veía cumplidos sus preceptos.

En consecuencia, sostuvo que la moral debía entrar en la economía política de los pueblos.

El edificio social de Le Play descansa sobre siete elementos principales: dos fundamentos, el Decálogo y la autoridad paterna; la religión y la soberanía; la Comunidad, la Propiedad individual y el Patronato.

Es uno de los precursores de la encuesta directa sobre el presupuesto familiar y del comportamiento de los trabajadores en relación con sus condiciones de vida.

En su obra “Les Ouvriers Européens”(1855), publicó su famoso estudio sobre la organización del trabajo y la condición de las familias en los diversos regímenes europeos, donde presenta el salario del obrero en las sociedades modelo, comprendiendo dos partes:

Una proporcional al esfuerzo del trabajador (el salario propiamente dicho), y la otra, proporcional a las necesidades de la familia (las subvenciones).

Igualmente considera las adiciones al salario (prima) para motivar al obrero a mejorar su trabajo.

Después ofrece una visión de conjunto de los diversos progresos sociales debidos a la iniciativa de la clase obrera, los cuales fueron constatados durante el largo período de sus observaciones.

Su reforma social debía terminarse también con la mejora de la clase obrera, presentando la costumbre y sus seis prácticas como una garantía para la vida del obrero en su libro “L ‘Organization du Travail selon la Coutume des Ateliers et le Décalogue”.

En 1856 fundó la Escuela de Economía Social llamada “La Reforme Sociale”, muy aventa — jada en los estudios sociológicos, la cual difundía sus ideas por medio de una revista del mismo nombre.

Dicha escuela fundó las “Unions de la Paix Sociale”, para intensificar la propaganda de las doctrinas de Le Play, quien realizó una labor eminentemente favorable a la clase proletaria.

Los sacerdotes que llaman la atención son entonces los que se unen a los pobres escogiendo ellos mismos una vida de desprendimiento: 

Jean-Marie Vianney, el santo Cura de Ars, en la humilde condición de sacerdote rural tradicional, o Antoine Chevrier, en una barriada obrera de Lyon, donde decide en 1856 vivir lo más pobremente posible y formar sacerdotes pobres.

Los patronatos y la obra de los círculos

Mientras avanzaba la Revolución Francesa, se desarrollaba también, aunque silenciosamente, la obra de los Círculos, basada sobre los principios cristianos: familia, propiedad, unión de clases.

Con el fin de proporcionar ayuda a los más débiles, particularmente a los niños, faltos de la protección que les dispensaban las antiguas corporaciones, y que eran víctimas del nuevo sistema industrial y de las transformaciones económicas, de la libertad sin límite de trabajo y de la competencia, el espíritu cristiano creó la obra de los Patronatos.

Sin embargo, la labor social realizada por estos, no podía ser estable sin una prolongación de su influencia sobre los jóvenes cuando hubieran llegado a la adolescencia. Surgió entones la obra de los Círculos, como consecuencia lógica de la de los Patronatos.

M. Allemand fundó en 1799 su primer Patronato a favor de la clase obrera en Marsella. Algunos años después contaba con 400 miembros y su importancia
se fue incrementando.

A la muerte de su fundador, en 1836, el abate Timón—David se encontró con una obra floreciente y que empezó a propagarse por diversas ciudades de Francia. Orléans, Strasbourg, tuvieron su Patronato dedicado al desarro110 físico y moral de los jóvenes.

En París, los Patronatos comenzaron a funcionar auspiciados por la Sociedad de San Vicente de Paul.

En 1848, época de la revolución, la obra se encontraban en sus principios. El Patronato de la Rue de Regard trabajaba en perfeccionar y  completar los medios de acción.

Entró entonces en actividad el joven Maignen con el deseo de socorrer a las clases pobres. Se dirigió a las Conferencias de San Vicente de Paúl, donde fue recibido por su Presidente M. Prvost, y no tardó en ser miembro de la Congregación.

El estudio serio de las antiguas corporaciones le demostró’ que el aprendiz, bajo la vigilancia de los Guardias del Cuerpo de Oficios, se hallaba en una situación menos precaria antes, que después de 1789; por ello reclamó con fuerza el retorno al régimen corporativo. Trató de hacer de].

Patronato algo parecido al antiguo aprendizaje. Atrajo a su obra a va — nos jóvenes de la lase acomodada, los cuales debían ejercer en cierta manera, los oficios del antiguo patrono.

Maignen fundó su Patronato, luego, para asegurar y completar su influjo social sobre la clase obrera, fundará su Círculo.

En 1855, después de vencer dificultades, abre el Círculo de Montparnasse, para adultos, pues estos no podían estar mezclados con los niños de la Rue de Regard.

Desde 1864 a 1871, Maignen siguió desarrollando su pensamiento social en el Círculo de Montparnasse, donde introdujo una innovación: conferencias públicas que daría por períodos.

En 1871, el Ayuda de Campo del General Lamirault, Conde de la Tour du Pin Chambly, tuvo la intención de consagrarse a las cuestiones obreras. Maignen se enteró de ello y se entrevistó con el en el Louvre.

El Conde aprovechó la ocasión para presentar a Maignen a su amigo, el Conde Alberto de Mun.

La exposición que Maignen les hizo sobre las corporaciones y los Círculos obreros convirtió a los dos jóvenes militares en entusiastas propagandistas de su obra.

El Círculo portaba la idea de la corporación cristiana, cuyos miembros se sentían solidarizados por el espíritu de una misma fe. Tenía su jerarquía: Presidente, Vicepresidente, etc.; que representaban a los patronos o maestros.

Luego, para completar la verdadera corporación, le añadió el carácter profesional. Mientras Alberto de Mun, La Tour du Pin y otros católicos se dedicaban a difundir las ideas de Maignen a través de Francia, éste se ocupaba en agrupar a sus obreros en diversas secciones profesionales.

El Conde de Mun y la Tour du Pin, por su actividad, fueron los creadores del gran movimiento social que debía alcanzar luego un gran desarrollo y han sido considerados como los fundadores de los mismos Círculos, debido al desenvolvimiento que adquirieron bajo su influencia.

Los sociólogos cristianos proseguían su tarea en favor de la clase obrera y el Conde de Mun se oponía fuertemente al régimen individualista y a la supuesta libertad de trabajo, que prácticamente reduce al obrero a la servidumbre.

En 1889 el Conde de Mun entregaba a la Cámara una proposición de ley sobre la reglamentación del trabajo industrial. Dicho texto legislativo
establecía, entre otras disposiciones, que el trabajo efectivo no podía rebasar las cm cuenta y ocho horas semanales.

En el campo católico el movimiento social tuvo tanta influencia, que penetró en el área legislativa. La iniciativa y los esfuerzos de Montalembert, Charles Dupin y Daniel Legrand lograron que se votara la primera ley protectora de los niños y mujeres en Francia, el 2 de Marzo de 1841.

De Melún, en 1848, hizo instituir una Comisión parlamentaria llamada Comisión de Asistencia, con el objeto de preparar las leyes de previsión y de asistencia públicas.

De Melún consiguió que fuera aprobada una serie de leyes sociales:

Saneamiento de viviendas insalubres, Caja de retiro para la vejez, Sociedades de socorros mutuos, represión de la usura, los Contratos de aprendizaje, etc.

El impulso alemán


En Alemania la Iglesia descubre que hay que ponerse urgentemente a buscar remedios a la condición desgraciada de los obreros. Favorecida por la creación de la Unión aduanera en 1833, la producción industrial conoce un gran desarrollo hacia los años 1850. 

Prusia cuenta entonces con 600,000 obreros de fábrica. En toda Alemania se contaban entre 800,000 y 900,000. La mano de obra, procedente del mundo campesino y de la artesanía, sólo logra salarios muy bajos que obligan a trabajar también a las mujeres y a los niños.

En 1839, Prusia prohíbe el trabajo en las fábricas, en la siderurgia y en las minas a los niños menores de 9 años, y limita a 10 horas la jornada laboral de los menores de 16 años.

En 1847, el sacerdote Kolping funda las asociaciones católicas obreras, basadas en la religión, la familia y el oficio. Quiere atraer a los jóvenes obreros de la gran industria, dándoles una formación lo más completa posible.

La asociación, implantada en Colonia en 1849, se convierte en el centro de un movimiento que se extiende por toda Europa Central y por Estados Unidos. Al morir Kolping en 1865, el “Katholischer Gesellenverein” agrupaba a 24,600 socios, repartidos en 418 asociaciones.

Al lado de las sociedades obreras laicas de Kolping, la acción de Monseñor Ketteler dinamiza al Episcopado alemán.

Monseñor von Ketteler


Siendo cura párroco de Hosten, el Barón Wilhelm Emmanuel von Ketteler (1811—1877), en 1846, defiende los principios católico-sociales ante los excesos del individualismo de la escuela liberal y de la reacción socialista; expuso en su país la doctrina social de la Iglesia en oposición a los dos sistemas y trabajó en la liberación de la clase obrera difundiendo su pensamiento social.

Al respecto, el eminente Cardenal Joseph Höffner (Doctrina Social Cristiana, ed. Herder) señala que, en su célebre sermón sobre la propiedad pronunciado en la catedral de Maguncia, Monseñor Ketteler no citó a la filosofía de la Ilustración, sino que interpretó por extenso los correspondientes textos de la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino.

En efecto, en l848, en Maguncia, expone la concepción cristiana de la propiedad; el 19 de noviembre pronunció las siguientes palabras:

”La falsa teoría del derecho absoluto de propiedad es un crimen perpetuo contra la naturaleza, puesto que encuentra perfectamente justo retener para la satisfacción de una insaciable codicia y de una sensualidad desenfrenada lo que Dios ha destinado para alimentar y vestir a todos los hombres:

“lo es también porque mata los más nobles sentimientos en el corazón de los hombres, y desarrolla una insensibilidad y dureza tales como la mi— seria humana, que ni los mismos animales serían capaces de sentir; lo es igualmente por — que llama justicia al robo organizado, pues como dijo un Padre de la Iglesia, ‘no es solamente ladrón el que se apodera del bien ajeno, sino también el que retiene en su poder el bien de otro.

“La famosa frase ‘la propiedad es el robo’, no es del todo una mentira; contiene, armas de una falsedad grande, una verdad fecunda.

“Hoy no pueden resolverse las cuestiones con burlas más o menos ingeniosas. Nos sería preciso destruir lo que encierra de verdad para que resulte totalmente una mentira.

“En tanto que retenga una parcela de verdad, conservará bastante fuerza para volver de arriba a abajo el orden del mando. Como el abismo llama al abismo, así un crimen contra la naturaleza llama a otro crimen.

“Del falso derecho de propiedad ha nacido la falsa teoría del comunismo.
La verdad de la Iglesia Católica brilla esplendorosa por encima de estas contradictorias mentiras.

“Reconoce la parte de verdad que contienen una y otra, y las concilia en su doctrina. No reconoce a los hombres ningún derecho incondicional sobre los bienes terrenos, sino solo un derecho de usufructo, que debe ejercitarse según el orden establecido por Dios.

“Protege, pues el derecho de propiedad al afirmar que, para la conservación y gestión de estos bienes, en interés del orden y de la paz, es preciso reconocer la forma en que la propiedad se ha dividido entre los hombres; pero consagra también la parte  del comunismo al reconocer que los productos de la propiedad deben ser patrimonio de todos”.

En 1869, en su discurso a los obreros de la cuenca del Main. En el Santuario de Nuestra Señora de Bois, cerca de Offenbach, hizo un resumen de las reivindicaciones que éstos debían hacer triunfar por medio de los grupos profesionales:

1º Aumento del salario, que corresponda al verdadero valor del trabajo. La religión exige que el trabajo no sea considerado como una simple mercancía, ni valorado simplemente según las fluctuaciones de la oferta y la demanda.

2º La reducción de las horas de trabajo.  Dondequiera se prolongue el tiempo de trabajo más a11 de los límites señalados por la naturaleza y el interés de la salud, los obreros tienen el derecho bien fundado de combatir, por una acción común, los abusos del poder capitalista.

3º Sobre los días de descanso, “La religión no solamente coincide aquí con vosotros—los — obreros7sino que mucho antes ‘que vosotros, hizo prevalecer la necesidad de tales días de reposo.

Desde este punto de vista, los principios de la economía social moderna y el partido que los apoya también han cometido un crimen que dama ante el cielo y ante el género humano.

El tiempo de reposo debe computarse sobre el tiempo del trabajo, ya que el descanso es necesario por razón del trabajo mismo, y que es la condición del trabajo que debe ejecutarse aún.

4º La prohibición del trabajo de los niños durante el tiempo en que deben frecuentar la escuela:

“Yo considero tal trabajo como una crueldad monstruosa de nuestros tiempos. Yo lo tengo por un asesinato, a fuego lento, del cuerpo y del alma del niño”.

5º La quinta reivindicación de la clase obrera es que las mujeres, particularmente las madres de familia, no trabajen en las fabricas, porque la mujer debe tener el tiempo suficiente para poder atender convenientemente a su esposo y sus hijos.

6º Pide que las jóvenes no sean empleadas en las fábricas. (Ketteler, Oeuvres choisies).

Sin embargo, advierte Monseñor von Ketteler, que no pretende pronunciarse de una manera absoluta en lo referente a las jóvenes; pero pide a los católicos que se sumen al movimiento que tiene por objeto la salvaguardia de la moralidad de las que trabajan en talleres y fábricas.

En el mismo año, (1869), Ketteler logra el reconocimiento de sus puntos de vista en la reunión de obispos alemanes celebrada en Fulda; la indemnización por accidente, la inspección sanitaria en las fábricas, etc.

Ketteler quiere también que el obrero tenga participación en los beneficios de la producción. El programa de Monseñor Ketteler mereció que S.S. León XIII lo llamase su “gran predecesor”.

Gracias a la actividad del canónigo Monfang y a los constantes esfuerzos de los Diputados del Centro Alemán, muchos de los artículos de Ketteler se convirtieron en leyes del Imperio.

A su muerte, 1877, Monseñor Ketteler dejaba un grupo de. discípulos y amigos que continuarían las ideas del Maestro. Monfang, Hitze, Wimterer y Otros, empujarían al movimiento socialcatólico alemán, sólidamente organizados, en sus cooperativas de producción y en sus asociaciones de obreros y campesinos, viviría la idea corporativa cristiana.

Vogelsang, discípulo de Ketteler, llevaría esta idea a Viena y en su diario social “Vaterland” escribe luchando contra el liberalismo.

Su labor sociales un conjunto sistemático. Su obra giraba en torno de la reforma corporativa profesional de la sociedad a la que le encomendaba la solución de los problemas sociales la cuestión del trabajo, de la propiedad y del crédito. 

Insiste en la necesaria reconstrucción de esa estructura social dictada por la naturaleza y sancionada por la filosofía cristiana y traza el plan de una futura organización política.

Conclusión


Concluiremos en esta ocasión con el agudo y certero juicio del Cardenal Joseph Höffner, quien en su valioso libro intitulado “Sistemas económicos y ética económica”, escribió:

“En oposición extrema al movimiento social cristiano, el Marxismo trataba de reunir a las masas de trabajadores bajo su bandera, aunque al principio esto resultó muy difícil. Todavía en el decenio de 1870 era débil el movimiento socialista, pero a fines de siglo cobró fuerza.

Carlos Marx miró el movimiento de Obreros Cristianos como una espina clavada en su costado. Cuando en 1869 se efectuó la Convención católica Alemana, en Dusseldorf, Marx vivía en Aquisgrán con un primo pudiente (Karl Philips), de ascendencia holandesa y propietario de una fábrica.

“El 25 de septiembre de 1869, Carlos Marx le escribía a Federico Engels: ‘he llegado a la convicción, en mi recorrido por Bélgica, mi estancia en Aquisgrán y mi viaje por el Rhin, de que debemos tomar una acción enérgica contra estos clérigos, especialmente en los distritos católicos. 

Debo pedirle a la Internacional que actúe. Donde quiera que les parece apropiado, esos perros como Ketteler, Obispo de Maguncia, y los curas de la Convención de Dusseldorf, coquetean con la Cuestión Laboral’.

“El análisis de las condiciones sociales llevado a cabo por los dirigentes católicos de Alemania en el siglo pasado es más preciso y más valioso para el actual Tercer Mundo, que el análisis “marxista”... el análisis marxista ha probado su falsedad en todos sus postulados decisivos”.

Bibliografía


* Paul Christophe, Para leer la historia de la pobreza (del siglo I al siglo XX), editorial Verbo Divino, Navarra, España, 1989

Bibliografía complementaria


Oscar C. Alvarez, La Cuestión Social en México, El trabajo, Publicaciones Mundiales S.A., México

S.S. Juan XXIII, encíclica El Santo Cura de Ars, Colección Minos 70, No. 10, México, 1972

M. Alonso Castelló, Ketteler, un asombroso revolucionario, en La Nación, no. 35, 13 de junio, Partido Acción Nacional, México, 1942, p. 26

J. Rafael Faría, Curso Superior de Religión, Librería Voluntad LTDA., Bogotá, 1955

- Ética, Curso de Filosofía, México, (s.f.)

Guillermo María Havers, Guillermo Emmanuel von Ketteler (1811-1877), en Creo en la comunión de los santos, Testigos de Cristo, Tomo IV, Promesa, México, 1988, pp. 125-128

Cardenal Joseph Höffner, Sistemas económicos y ética económica, Normas de doctrina social católica, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (IMDOSOC), México, 1987

- Doctrina Social Cristiana, Ordo Socialis, Herder, Barcelona, 2001

Manuel Follaca, S.J., Así nació la lucha de clases (Individualismo, Socialismo,
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Fernando Guerrero, La propiedad, Cuadernos BAC, No. 20, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1979

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En Palabra, revista doctrinal e ideológica del Partido Acción Nacional:

 Para leer la historia de la pobreza (del siglo I al siglo XI), , Año 17, No. 70, octubre-diciembre, México, 2004, pp. 107-126

Para leer la historia de la pobreza (del siglo XI al siglo XV), Año 18, No. 71, enero-marzo, México, 2005, pp. 131-151

Para leer la historia de la pobreza (siglos XVI y XVII), Año 18, No. 72, abril-junio, México 2005, pp. 131-146

Para leer la historia de la pobreza (siglos XVII y XVIII), Año 18, No. 73, julio-septiembre, México 2005, pp. 153-168

Manuel Loza Macías, S.J., Mensajes sociales para el mundo de hoy, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (IMDOSOC), México 1992

- A propósito de la encíclica “Mater et Magistra”, Colección Panorama, No. 9, JUS, México, 1963

- La creación de riqueza: su grandeza y su miseria, Colección “Diálogo y Autocrítica”, No. 38, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (IMDOSOC), México 1994

Francisco Pallás Vilaltella, O.F.M., La Doctrina Social de la Iglesia, sobre la condición y el trabajo de los obreros, Espasa-Calpe, Madrid 1941

David Mayagoitia, S.J., Federico Ozanam y su tiempo, en Palabra, revista doctrinal e ideológica del Partido Acción Nacional, Año 16, No. 64, abril-junio, México, 2003, pp. 153-170

Julio Vértiz, S.J., El pensamiento de Federico Ozanam, en Palabra, revista doctrinal e ideológica del Partido Acción Nacional, Año 16, No. 65, julio-septiembre, México, 2003, pp. 111-122

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